miércoles, 28 de mayo de 2014

Peregrinación a Tierra Santa

 Con el corazón abierto y dócil, dejarse 'ungir' por el Espíritu Santo

(Audiencia, 28 de mayo de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días pasados, como sabéis, he realizado una peregrinación a Tierra Santa. Ha sido un gran don para la Iglesia, y le agradezco a Dios. Él me ha guiado en aquella tierra bendita, tierra bendita, que ha visto la presencia histórica de Jesús, y donde se verificaron eventos fundamentales para el judaísmo, el cristianismo y el Islam. Deseo renovar mi cordial reconocimiento a su beatitud el patriarca Fouad Tual, a los obispos de los diversos ritos, a los sacerdotes, a los franciscanos de la Custodia del Tierra Santa. Estos franciscanos son buenos, su trabajo es realmente bueno y todo lo que hacen.
Mi pensamiento agradecido va también a las autoridades jordanas, israelíes y palestinas, que me acogieron con tanta cortesía. Y añado, también con amistad, como a todos los que han cooperado para la realización de la visita.
La finalidad principal de esta peregrinación fue conmemorar el 50 aniversario del histórico encuentro entre el papa Pablo VI y el patriarca Atenágora. Fue la primera vez que un sucesor de Pedro visitó Tierra Santa: Pablo VI inauguraba así, durante el Concilio Vaticano II, los viajes de los papas fuera de Italia, en la época contemporánea.
Aquel gesto profético del obispo de Roma y del patriarca de Constantinopla ha puesto una piedra angular en el camino, sufrido pero prometedor, de la unidad de todos los cristianos, que desde entonces ha cumplido pasos importantes. Por lo tanto mi encuentro con su santidad Bartolomeo, amado hermano en Cristo, ha sido el momento culminante de la visita. Juntos hemos rezado ante el sepulcro de Jesús, y con nosotros estaban el patriarca griego-ortodoxo de Jerusalén Theophilos III, y el patriarca armenio apostólico Nourhan, además de arzobispos y obispos de diversas Iglesias y comunidades, autoridades civiles y muchos fieles.
En aquel lugar en donde resonó el anuncio de la Resurrección, hemos visto toda la amargura y el sufrimiento de las divisiones que todavía existen entre los discípulos de Cristo. Y verdaderamente esto hace tanto mal, estamos todavía divididos, en esos lugares en donde resonó la voz de la Resurrección, en donde Jesús nos dio la vida, estamos todavía un poco divididos.
Pero sobre todo, en aquella celebración cargada de recíproca fraternidad, de estima y de afecto, hemos sentido fuerte la voz del Buen Pastor Resucitado, que quiere hacer de todas su ovejas un solo rebaño. Hemos sentido el deseo de sanar las heridas todavía abiertas y seguir de forma tenaz el camino hacia la plena comunión.
Nuevamente, como hicieron los papas anteriores, yo pido perdón por lo que nosotros hemos hecho para favorecer esta división y le pido al Espíritu Santo que nos ayude a sanar las heridas que hemos causado a nuestros hermanos, todos somos hermanos en Cristo y con el patriarca Bartolomeo somos amigos y hermanos, y hemos compartido la ganas de caminar juntos, hacer todo lo que juntos podemos hacer: rezar juntos, trabajar juntos por el rebaño de Dios, buscar la paz, custodiar la creación y como hermanos tenemos que ir adelante.
Otra finalidad de esta peregrinación ha sido animar en aquella región el camino hacia la paz, que es al mismo tiempo don de Dios y empeño de los hombres. Lo he hecho en Jordania, Palestina e Israel. Y lo he hecho siempre en cuanto peregrino, en el nombre de Dios y del hombre, llevando en el corazón una gran compasión por los hijos de aquella Tierra que desde hace demasiado tiempo conviven con la guerra y tienen el derecho de conocer finalmente días de paz.
Por este motivo he exhortado a los fieles cristianos a dejarse 'ungir' con corazón abierto y dócil, por el Espíritu Santo, para ser siempre más capaces de gestos de humildad, de fraternidad y de reconciliación. Humildad, hermandad, reconciliación...
El Espíritu permite asumir estas actitudes en la vida cotidiana, con personas de diversas culturas y religiones, y así volverse 'artesanos' de la paz. La paz se construye artesanalmente, no hay industrias de paz, se hace cada día, artesanalmente y con el corazón abierto para que venga el don de Dios. Por ello he exhortado a los cristianos de dejarse ungir.
En Jordania he agradecido a las autoridades y al pueblo por su empeño, al acoger numerosos prófugos provenientes desde las zonas de guerra, que merecen y necesitan el apoyo constante de la comunidad internacional. He quedado impresionado por la generosidad del pueblo jordano al acoger a los prófugos. Tantos que huyen de la guerra en esa zona. Y que el Señor bendiga a este pueblo acogedor. Y tenemos que rezar para que el Señor bendiga a este pueblo, en este trabajo de acogida que realiza.
Durante la peregrinación también en otros lugares he animado a las debidas autoridades para que sigan en sus esfuerzos para relajar las tensiones en el área de Oriente medio, especialmente en la martirizada Siria, como seguir buscando una solución equitativa al conflicto palestino-israelí.
Por esto he invitado al presidente de Israel y al presidente de Palestina, ambos hombres de paz y artífices de paz, para que vengan al Vaticano a rezar juntos conmigo por la paz. Y por favor, les pido a ustedes que no nos dejen solos, recen mucho para que el Señor nos dé la paz en aquella tierra bendita. Cuento con estas oraciones, recen mucho para que llegue la paz.
Esta peregrinación en Tierra Santa ha sido también la ocasión para confirmar en la fe a las comunidades cristianas, que sufren tanto, y expresar la gratitud de toda la Iglesia por la presencia de los cristianos en esta zona y en todo Oriente Medio. Estos hermanos nuestros son valientes testigos de la esperanza y caridad, 'sal y luz' en aquella Tierra. Con su vida de fe y de oración y con su preciosa actividad educativa y asistencial, ellos trabajan por la reconciliación y el perdón, contribuyendo al bien común de la sociedad.
Con esta peregrinación que ha sido una verdadera gracia del Señor, he querido llevar una palabra de esperanza, si bien al mismo tiempo la he recibido. La he recibido de los hermanos y hermanas que esperan 'contra toda esperanza', a través de tantos sufrimientos, como las de quien se escapó del propio país debido a los conflictos. Como la de aquellos que en diversas partes del mundo sufren discriminación y desprecio por causa de su fe en Cristo.
Sigamos estando cerca de ellos. Recemos por ellos y por la paz en Tierra Santa y en todo el Medio Oriente. La oración de toda la Iglesia sea de apoyo también del camino hacia la plena unidad entre los cristianos, para que el mundo crea en el amor de Dios, que en Jesucristo vino a vivir en medio de nosotros.
E invito a todos a que recemos juntos, a la Virgen, Reina de la paz, Reina de la unidad, la mamá de todos los cristianos, que Ella nos dé la paz en todo el mundo y que nos acompañe en este camino de unidad. (Ave María).

Papa Francisco



lunes, 26 de mayo de 2014

Aleluya

En el Palacio Presidencial de Jerusalem, durante la visita del Papa, éste recibió una grata sorpresa: un coro infantil le dedicó este particular "Aleluya". Fue una combinación de varias versiones de la canción.

Misa en el Cenáculo de Jerusalem

Homilía de la Misa del Cenáculo. 

26 mayo 2014


Queridos hermanos:

Es un gran don del Señor estar aquí reunidos, en el Cenáculo, para celebrar la Eucaristía.
Mientras los saludo con fraterna alegría, deseo agradecerles su significativa presencia. Les aseguro que tienen un lugar especial en mi corazón, en mi oración.
Aquí, donde Jesús consumó la Última Cena con los Apóstoles; donde, resucitado, se apareció en medio de ellos; donde el Espíritu Santo descendió abundantemente sobre María y los discípulos. Aquí nació la Iglesia, y nació en salida. Desde aquí salió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos, y el Espíritu de amor en el corazón.
En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con esta fuerza los envió a renovar la faz de la tierra.
Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí; el Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido.
El Cenáculo nos recuerda el servicio, el lavatorio de los pies, que Jesús realizó, como ejemplo para sus discípulos. Lavarse los pies los unos a los otros significa acogerse, aceptarse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido, al que resulta antipático, al que me fastidia.
El Cenáculo nos recuerda, con la Eucaristía, el sacrificio. En cada celebración eucarística, Jesús se ofrece por nosotros al Padre, para que también nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas…, ofrecer todo en sacrificio espiritual.
El Cenáculo nos recuerda la amistad. "Ya no les llamo siervos –dijo Jesús a los Doce-… a ustedes les llamo amigos". El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús. Descubrir en su corazón que Él es amigo.
El Cenáculo nos recuerda la despedida del Maestro y la promesa de volver a encontrarse con sus amigos. "Cuando vaya…, volveré y les llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes". Jesús no nos deja, no nos abandona nunca, nos precede en la casa del Padre y allá nos quiere llevar con Él.
Pero el Cenáculo recuerda también la mezquindad, la curiosidad –"¿quién es el traidor?"-, la traición. Y cualquiera de nosotros, y no sólo siempre los demás, puede encarnar estas actitudes, cuando miramos con suficiencia al hermano, lo juzgamos; cuando traicionamos a Jesús con nuestros pecados.
El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de aquí, como un río de su fuente, que al principio es un arroyo y después crece y se hace grande… Todos los santos han bebido de aquí; el gran río de la santidad de la Iglesia siempre encuentra su origen aquí, siempre de nuevo, del Corazón de Cristo, de la Eucaristía, de su Espíritu Santo.
El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia, nuestra Santa Madre Iglesia, constituida por Cristo resucitado. Una familia que tiene una Madre, la Virgen María. Las familias cristianas pertenecen a esta gran familia, y en ella encuentran luz y fuerza para caminar y renovarse, mediante las fatigas y las pruebas de la vida. A esta gran familia están invitados y llamados todos los hijos de Dios de cualquier pueblo y lengua, todos hermanos e hijos de un único Padre que está en los cielos.
Éste es el horizonte del Cenáculo: el horizonte del Resucitado y de la Iglesia.
De aquí parte la Iglesia en salida, animada por el soplo vital del Espíritu. Recogida en oración con la Madre de Jesús, revive siempre la esperanza de una renovada efusión del Espíritu Santo: Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra.



domingo, 25 de mayo de 2014

¿Quién somos nosotros ante Jesús Niño?

Homilía de la misa

Belén, 25 mayo 2014 

 «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre » (Lc 2,12).

Es una gracia muy grande celebrar la Eucaristía en el lugar en que nació Jesús. Doy gracias a Dios y a vosotros que me habéis recibido en mi peregrinación: al Presidente Mahmoud Abbas y a las demás autoridades; al Patriarca Fouad Twal, a los demás Obispos y Ordinarios de Tierra Santa, a los sacerdotes, a los valerosos Franciscanos, las personas consagradas y a cuantos se esfuerzan por tener viva la fe, la esperanza y la caridad en esta tierra; a los representantes de los fieles provenientes de Gaza, Galilea y a los emigrantes de Asia y África. Gracias por vuestra acogida.

El Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio a los que esperaban la salvación, y permanece para siempre como signo de la ternura de Dios y de su presencia en el mundo. El ángel dijo a los pastores: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…».

También hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero también signo “diagnóstico” para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, de todo el mundo. Cuando los niños son recibidos, amados, custodiados, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es más humano. Recordemos la labor que realiza el Instituto  Effetà Pablo VI en favor de los niños palestinos sordomudos: es un signo concreto de la bondad de Dios. Es un signo concreto de que la sociedad mejora.

Dios hoy nos repite también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: «Y aquí tenéis la señal», buscad al niño…

El Niño de Belén es frágil, como todos los recién nacidos. No sabe hablar y, sin embargo, es la Palabra que se ha hecho carne, que ha venido a cambiar el corazón y la vida de los hombres. Este Niño, como todo niño, es débil y necesita ayuda y protección. También hoy los niños necesitan ser acogidos y defendidos desde el seno materno.

En este mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño.
Y nos preguntamos: ¿Quién somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quién somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de “perder tiempo” con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas?

Y aquí tenemos la señal: «encontraréis un niño…». Tal vez ese niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es acallado. ¡El llanto de estos niños es acallado! Deben combatir, deben trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy: lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas (cf. Mt2, 18).

«Y aquí tenéis la señal»: encontraréis un niño. El Niño Jesús nacido en Belén, todo niño que nace y crece en cualquier parte del mundo, es signo diagnóstico, que nos permite comprobar el estado de salud de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra nación. De este diagnóstico franco y honesto, puede brotar un estilo de vida nuevo, en el que las relaciones no sean ya de conflicto, abuso, consumismo, sino relaciones de fraternidad, de perdón y reconciliación, de participación y de amor.

Oh María, Madre de Jesús,
tú, que has acogido, enséñanos a acoger;
tú, que has adorado, enséñanos a adorar;
tú, que has seguido, enséñanos a seguir. Amén.

sábado, 24 de mayo de 2014

Peregrinación a Tierra Santa: El Espíritu Santo prepara, unge y envía

El Peregrinación a Tierra Santa:

El Espíritu Santo prepara, urge y envía

(Homilía de la Misa de Amán, 24 mayo de 2014)


En el Evangelio hemos escuchado la promesa de Jesús a sus discípulos: “Yo le pediré al Padre que les envíe otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,16). El primer Paráclito es el mismo Jesús; el “otro” es el Espíritu Santo.

Aquí nos encontramos no muy lejos del lugar en el que el Espíritu Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret, después del bautismo de Juan en el Jordán (cf. Mt 3,16), donde hoy me acercaré. Así pues, el Evangelio de este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en peregrinación, nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en Cristo y en nosotros, y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza tres acciones: prepara, unge y envía.

En el momento del bautismo, el Espíritu se posa sobre Jesús para prepararlo a su misión de salvación, misión caracterizada por el estilo del Siervo manso y humilde, dispuesto a compartir y a entregarse totalmente. Pero el Espíritu Santo, presente desde el principio de la historia de la salvación, ya había obrado en Jesús en el momento de su concepción en el seno virginal de María de Nazaret, realizando la obra admirable de la Encarnación: “El Espíritu Santo te llenará, te cubrirá con su sombra –dice el Ángel a María- y tú darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús” (cf. Lc 1,35). Después, el Espíritu actuó en Simeón y Ana el día de la presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2,22). Ambos a la espera del Mesías, ambos inspirados por el Espíritu Santo, Simeón y Ana, al ver al Niño, intuyen que Él es el Esperado por todo el pueblo. En la actitud profética de los dos videntes se expresa la alegría del encuentro con el Redentor y se realiza en cierto sentido una preparación del encuentro del Mesías con el pueblo.

Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad.

En segundo lugar, el Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente a Jesús, y unge a los discípulos, para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes que favorecen la paz y la comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo amor con que Dios nos ama. Por tanto, es necesario realizar gestos de humildad, de fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para una paz auténtica, sólida y duradera. Pidamos al Padre que nos unja para que seamos plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para sentirnos todos hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, ypoder amarnos fraternamente. Es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: “Si me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16).

Y, finalmente, el Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de nosotros como mensajeros de paz, como testigos de paz! Es una necesidad que tiene el mundo. También el mundo nos pide hacer esto: llevar la paz, testimoniar la paz.

La paz no se puede comprar, no se vende. La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en el cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.

Con este espíritu, abrazo a todos ustedes: al Patriarca, a los hermanos Obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, así como a los niños que hoy reciben la Primera Comunión y a sus familiares. Mi corazón se dirige también a los numerosos refugiados cristianos; también todos nosotros, con nuestro corazón, dirijámonos a ellos, a los numerosos refugiados cristianos provenientes de Palestina, de Siria y de Iraq: lleven a sus familias y comunidades mi saludo y mi cercanía.

Queridos amigos, queridos hermanos, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el Jordán y dio inicio a su obra de redención para librar al mundo del pecado y de la muerte. A Él le pedimos que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias; la gracia de enviarnos, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz. 

Amén.


miércoles, 21 de mayo de 2014

Don de Ciencia

El Don de Ciencia nos lleva a descubrir la belleza de la Creación


(Audiencia, 21 de mayo de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Audiencia 21 mayo (ACI PRENSA)
Hoy querría destacar otro don del Espíritu Santo, el don de la ciencia. Cuando se habla de ciencia el pensamiento va inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y de descubrir las leyes que regulan la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, entretanto, no se limita al conocimiento humano, es un don especial que nos lleva a entender a través de lo creado, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura.
Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él, cada cosa nos habla de su amor. Todo esto suscita en nosotros un gran estupor y un profundo sentido de gratitud.
Es la sensación que probamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: delante de todo esto, el Espíritu nos lleva a alabar al Señor desde la profundidad de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.
En el primer capítulo de la Génesis, justamente al inicio de toda la Biblia, se pone en evidencia que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada día, está escrito: “Dios vio que era una cosa buena”. Pero si Dios vio que la creación era una cosa buena y una cosa bella, también nosotros debemos tener esta actitud, que nos permite ver que la creación es una cosa buena y bella, con el don de la Ciencia, al ver esta belleza alabamos a Dios, y le agradecemos a Dios de habernos dado tanta belleza a nosotros. Este es el camino.
Y cuando Dios concluyó de crear el hombre, no dijo 'vio que era cosa buena', pero que era 'muy buena', nos acerca a Él. Y a los ojos de Dios nosotros somos la cosa más bella, más grande, mejor de la creación.
Pero padre, los ángeles... No, los ángeles están debajo de nosotros, nosotros somos más de los ángeles y lo hemos escuchado en el libro de los salmos. Nos quiere mucho el Señor y debemos agradecerle por esto.
El don de la ciencia nos pone en profunda sintonía con el Creador y nos permite participar en la limpidez de su mirada y de su juicio. Y es en esta perspectiva que logramos a ver en el hombre y en la mujer, la cumbre de la creación, como cumplimiento de un plan de amor, que está impreso en cada uno de nosotros y que nos permite reconocernos como hermanos y hermanas.
Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y vuelve al cristiano un testigo alegre de Dios, siguiendo la estela de San Francisco de Asís y de tantos santos que supieron alabar y cantar Su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de la ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas.
El primero es el riesgo de creernos patrones de la creación. La creación no es una propiedad de la que podemos abusar a nuestro gusto. Ni siquiera una propiedad de algunos pocos: la creación es un don, y un don maravilloso que Dios nos ha dado, para que lo cuidemos y usemos para el beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud.
La segunda actitud equivocada está representada por la tentación de detenernos delante de las criaturas como si éstas pudieran ofrecernos respuesta a todas nuestras expectativas. El Espíritu Santo con el don de la Ciencia nos ayuda a no caer en esto.
Querría retornar un poco sobre el primer camino equivocado. Custodiar la creación y no apropiarse de la creación. Tenemos que cuidar la creación, es un don que Dios nos ha dado, es el regalo que Dios nos ha hecho.
Nosotros somos custodios de la creación, pero cuando nosotros no cuidamos la creación destruimos este signo del amor de Dios. Destruir la creación es decirle a Dios: esto no me gusta, no es bueno. ¿Y qué te gusta entonces a ti? 'Yo mismo'. ¡Eh aquí el pecado!, han visto.
Custodiar la creación es cuidar el don de Dios y también es decirle a Dios: ¡gracias yo soy el patrón de la creación, pero para cuidarlo no destruiré nunca este don tuyo. Es esta nuestra actitud delante de la creación, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá. ¡No nos olvidemos de esto!
Una vez estaba en el campo y escuché un pensamiento de una persona simple, a la que le gustaban mucho las flores. Y él cuidaba estas flores y me dijo, debemos custodiar estas cosas que Él nos ha dado. Cuidarlo bien, no explotar, custodiar. Y me dijo, Dios siempre perdona, y esto es verdad, Dios perdona siempre. Nosotros personas humanas, hombres y mujeres a veces perdonamos, otras veces no. Pero la creación si no la custodiamos ella nos destruirá. Esto debe hacernos pensar, y hacernos pedir al Espíritu Santo el don de la Ciencia para entender bien que la creación es el regalo más lindo de Dios, del cual Él dijo: 'esto es bueno, esto es bueno, esto es bueno, y este es el regalo para la cosa mejor que he creado, que es la persona humana'. Gracias.

Papa Francisco




miércoles, 14 de mayo de 2014

EL Don de Fortaleza

El Don de Fortaleza: para superar momentos difíciles

(Audiencia, 14 de mayo de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Las semanas pasadas hemos reflexionado sobre los tres primeros dones del Espíritu Santo: la sabiduría, el intelecto y el consejo. Hoy pensemos en lo que hace el Señor, Él viene a sostenernos en nuestra debilidad y esto lo hace con un don especial, el don de la fortaleza.
Hay una parábola contada por Jesús que nos ayuda a entender la importancia de este don. Un sembrador no logra plantar todas las semillas que arroja, pero estas fructifican. Lo que cae en el camino es comido por los pájaros, lo que cae en el terreno pedregoso y en medio a las zarzas germina pero rápidamente se seca por el sol o es sofocado por las espinas. Solamente lo que termina en el terreno bueno puede crecer y dar fruto.
Como el mismo Jesús le explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su palabra. La semilla, entretanto, muchas veces se encuentra con la aridez de nuestro corazón, y mismo cuando es recibido corre el riesgo de quedar estéril. Con el don de la fortaleza en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera del sopor, de las incertezas y de todos los temores que pueden frenarlo, de manera que la palabra del Señor sea puesta en práctica de una manera auténtica y gozosa. Es una verdadera ayuda este don de la fortaleza, nos da fuerza y nos libera de tantos impedimentos.
Existen también, esto sucede, momentos difíciles y situaciones extremas durante las cuales el don de la fortaleza se manifiesta de manera ejemplar y extraordinaria. Es el caso de aquellos que deben enfrentar experiencias particularmente duras y dolorosas que descompaginan sus vidas y las de sus seres queridos. La Iglesia resplandece con el testimonio de tantos hermanos y hermanas que no dudaron en dar su propia vida para ser fieles al Señor y a su evangelio. También hoy no faltan cristianos que en tantos lugares del mundo siguen celebrando y dando testimonio de su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten también a pesar de que saben les puede comportar un precio más alto.
También nosotros, todos nosotros conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, tantos dolores, pensemos a esos hombres y mujeres que llevan una vida difícil, luchan para llevar adelante la familia, para educar a sus hijos. Esto lo hacen porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos y cuántos hombres y mujeres, no sabemos los nombres, pero que honoran a nuestro pueblo y a
la Iglesia, porque son fuertes, fuertes en llevar adelante a su familia, su trabajo, su fe. Y estos hermanos y hermanas son santos en los cotidiano, santos escondidos en medio de nosotros, tienen el don de la fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, madres de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. Son tantos, agradezcamos al Señor por estos cristianos que tiene una santidad escondida, que tienen el Espíritu dentro que los lleva adelante. Y nos hará bien acordarnos de estas personas: ¿Si ellos pueden hacerlo, por qué yo no?, y pedirle al Señor que nos dé el don de la fortaleza.
Audiencia 14-5-14 (Aci Prensa)
No pensemos que el don de la fortaleza sea necesario solamente en algunas ocasiones o situaciones particulares. Este don tiene que constituir el cuadro de fondo de nuestro ser cristiano, en nuestra vida ordinaria cotidiana. Todos los días de nuestra vida cotidiana tenemos que ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia y nuestra fe.
Pablo, el apóstol, dijo una frase que nos hará bien escucharla: “Puedo todo en Aquél que me da la fuerza”. Cuando estamos en la vida ordinaria y vienen las dificultades acordémonos de esto: “Todo puedo en Aquél que me da la fuerza”.
El Señor nos da siempre las fuerzas, no nos faltan. El Señor no nos prueba más de lo que podemos soportar. Él está siempre con nosotros, “todo puedo en Aquél que me da la fuerza”.
Queridos amigos, a veces podemos sufrir la tentación de dejarnos tomar por la pereza, o peor, por el desaliento, especialmente delante de las fatigas y de las pruebas de la vida. En estos casos no nos desanimemos, sino que invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de la fortaleza pueda aliviar a nuestro corazón y comunicar una nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguir a Jesús.

Papa Francisco



miércoles, 7 de mayo de 2014

El Don del Consejo


 El Don de Consejo: ¿Señor, qué debo hacer ahora?

(Audiencia, 7 de mayo de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado la lectura de esa estrofa del Libro de los Salmos, que dice: “El Señor me aconseja, el Señor me habla internamente”. Es éste otro de los dones del Espíritu Santo, es el don del consejo.
Sabemos cuánto es importante en los momentos más delicados poder contar con el consejo de las personas sabias que nos quieren mucho. Ahora, a través del don del consejo, es Dios mismo con su Espíritu que ilumina nuestro corazón, de manera que podamos entender el modo justo de hablar, de comportarnos y el camino que debemos seguir.
Pero, ¿cómo actúa este don en nosotros? En el momento en que lo recibimos y hospedamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza enseguida a volver sensible su voz, y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones de acuerdo con el corazón de Dios. Y al mismo tiempo nos lleva siempre más a poner nuestra mirada interior en Jesús como modelo de nuestro modo de actuar y relacionarse con Dios Padre y con los hermanos.
El consejo es entonces el don con el cual el Espíritu Santo vuelve capaz a nuestra conciencia de tomar una decisión concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su evangelio. De este modo el Espíritu crece interiormente, positivamente, en la comunidad. Y nos ayuda a no caer en el yugo del egoísmo y en el modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.
La condición esencial para conservar este don es la oración. Pero siempre volvemos a lo mismo: la oración. Y es tan importante la oración, rezar; rezar las oraciones que conocemos desde niños, pero también rezar con nuestras palabras, rezarle al Señor: ¡ayúdame! ¿Señor, qué debo hacer ahora? Y con la oración hacemos el espacio para que el Espíritu venga y nos ayude en ese momento, y nos aconseje sobre lo que nosotros debemos hacer.
La oración, nunca olvidarse de la oración, nunca. Nadie se da cuenta cuando nosotros rezamos en el autobús o en la calle, rezamos en silencio con el corazón, aprovechemos estos momentos para rezar. Rezar para que el Espíritu nos de este don del consejo.
En la intimidad con Dios y en el don de su palabra, poco a poco dejamos de lado nuestra lógica personal, dictada la mayoría de las veces por nuestro encerrarnos, por nuestros prejuicios y nuestras ambiciones. Aprendamos en cambio a pedirle al Señor '¿Cuál es tu deseo?', pedirle consejo al Señor. Y esto lo hacemos con la oración.
Y de esta manera madura en nosotros una sintonía profunda, casi natural con el Espíritu y se experimenta cuanto sean verdaderas las palabras de Jesús reportadas en el evangelio de Mateo: 'No os preocupéis de qué o que cosa dirán, porque os será dado en esa hora lo que deberéis decir. Porque de hecho no seréis vosotros al hablar, sino que es el Espíritu del Padre vuestro que hablará en vosotros'. Es el Espíritu que nos aconseja, pero nosotros debemos darle espacio al Espíritu para que nos aconseje. Dar espacio es rezar, rezar para que el venga y nos ayude siempre.
Y como todos los otros dones del Espíritu, el consejo constituye también un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla solamente en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no solamente allí, pero nos habla también a través del consejo y testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar a hombres y mujeres de fe que especialmente en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida nos ayuden a hacer luz en nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.
Me acuerdo una vez que estaba en el confesionario, con una fila larga adelante, era en el santuario de Luján, la diócesis de ese obispo que está allí. Estaba en la cola un muchachón, todo moderno, con aros, tatuajes, y todo lo demás. Vino para decirme lo que le pasaba, era un problema grande difícil, ¿y tú qué harías?. Y él me dijo: “Le he contado todo esto a mi madre y ella me dijo, 've a lo de la Virgen y ella te dirá lo que tienes que hacer'. Estaba allí una mujer que tenía el don del consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero le indicó el camino justo. Ve a lo de la Virgen y ella te dirá. Este es el don del consejo, dejar que el Espíritu hable. Y esa mujer humilde y simple le dio a su hijo el consejo más verdadero, porque este muchacho me dijo: 'Hablé con la Virgen y Ella me dijo, tienes que hacer esto, esto y esto'. Y yo no tuve necesidad de hablar. Todo lo hicieron la mamá, la Virgen, y el joven. Este es el don del consejo. Y vosotras mamás, que tenéis ese don, pedid este don para sus hijos, el don de aconsejar a los hijos. Es un don de Dios.
Queridos amigos, el salmo que hemos oído nos invita a rezar con estas palabras: 'Bendigo al Señor que me ha dado consejo. También de noche mi ánimo me instruye, yo pongo siempre delante de mí al Señor que está a mi derecha, no podré vacilar'.
Que el Espíritu pueda siempre infundir en nuestro corazón esta certeza y colmarnos así de su consolación y de su paz. Pedid siempre el don del Consejo. ¡Gracias!

Papa Francisco