El Don del Temor de Dios nos convierte en cristianos convencidos
(Audiencia, 11 de junio de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El don del Temor de Dios, del que hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. Esto no significa tener miedo de Dios: ¡no, no es eso! Sabemos bien que Dios es Padre y que nos ama y quiere nuestra salvación y siempre perdona: ¡siempre! ¡Así que no hay razón para tener miedo de Él!
El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda lo pequeños que somos delante de Dios y de su amor, y que nuestro bien consiste en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos. ¡Esto es el temor de Dios: este abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere tanto!
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periencia de nuestras limitaciones y de nuestra pobreza, cuando el Espíritu Santo nos consuela y nos hace sentir que la única cosa importante es ser guiado por Jesús en los brazos de su Padre.
Es por eso que necesitamos tanto este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza reside sólo seguir al Señor Jesús y dejar que el Padre puede derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón para que la bondad y la misericordia de Dios lleguen a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto para que el perdón, la misericordia, la bondad, las caricias del Padre lleguen a nosotros. Porque nosotros somos hijos infinitamente amados.
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Pero, ¡estemos atentos, eh! porque el don de Dios, el don del temor de Dios es también una “alarma” frente a la pertinacia del pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfemia en contra de Dios, cuando explota a los otros, cuando los tiraniza, cuando vive solamente para el dinero, para la vanidad o el poder o el orgullo, entonces el Santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, y con toda tu vanidad, ¡no serás feliz! Nadie puede llevarse consigo al otro mundo ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo: ¡nada! Solamente podemos llevar el amor que Dios Padre nos da, las caricias de Dios aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y podemos llevar lo que hemos hecho por los otros. ¡Atención, eh! No pongáis esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad: ¡esto no puede prometernos nada!
Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre los otros y se dejan corromper: pero ¿vosotros pensáis que una persona corrupta será feliz en el otro mundo? ¡No! Todo el fruto de su corrupción ha corrompido su corazón y será difícil ir hacia el Señor.
Pienso en aquellos que viven de la trata de personas y del trabajo esclavo: ¿ustedes piensan que esta gente tenga en su propio corazón el amor de Dios, uno que trata las personas, uno que explota las personas con el trabajo esclavo? ¡No! No tienen temor de Dios. Y no son felices. No lo son.
Pienso en los que fabrican armas para fomentar las guerras: pero piensen ¡qué trabajo es éste! Estoy seguro que, si yo hago ahora la pregunta: ¿cuántos de vosotros sois fabricantes de armas? Nadie, nadie. Porque ésos no vienen a escuchar la palabra de Dios. Ellos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte, que hacen esta mercancía de muerte.
Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo termina y que deberán rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: “Este pobre hombre invocó al Señor: él lo escuchó y los salvó de sus angustias. El Ángel del Señor acampa en torno de sus fieles y los libra” (v. 7-8).Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don del temor de Dios y podernos reconocer, junto a ellos, revestidos por la misericordia y el amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Así sea.
Temor de Dios:
Temor de Dios:
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