martes, 23 de septiembre de 2014

Homilía del Papa en Albania

Homilía pronunciada por el Papa en la Misa en la Plaza Madre Teresa de Tirana, en Albania


"El Evangelio de hoy nos dice que Jesús, además de llamar a los Doce Apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los envió a anunciar el Reino de Dios en los pueblos y ciudades. Él vino a traer al mundo el amor de Dios y quiere que se difunda por medio de la comunión y de la fraternidad. Por eso constituyó enseguida una comunidad de discípulos, una comunidad misionera, y los preparó para la misión, para "ir".
El método misionero es claro y sencillo: los discípulos van a las casas y su anuncio comienza con un saludo lleno de significado: «Paz a esta casa». No es sólo un saludo, es también un don: la paz. Queridos hermanos y hermanas de Albania, también yo vengo hoy entre ustedes a esta plaza dedicada a una humilde y gran hija de esta tierra, la beata Madre Teresa de Calcuta, para repetirles ese saludo: paz en sus casas, paz en sus corazones, paz en su Nación.
En la misión de los setenta y dos discípulos se refleja la experiencia misionera de la comunidad cristiana de todos los tiempos: El Señor resucitado y vivo envía no sólo a los Doce, sino también a toda la Iglesia, envía a todo bautizado a anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A través de los siglos, no siempre ha sido bien acogido el anuncio de paz de los mensajeros de Jesús; a veces les han cerrado las puertas.
Hasta hace poco, también las puertas de su País estaban cerradas, cerradas con los cerrojos de la prohibición y las exigencias de un sistema que negaba a Dios e impedía la libertad religiosa. Los que tenían miedo a la verdad y a la libertad hacían todo lo posible para desterrar a Dios del corazón del hombre y excluir a Cristo y a la Iglesia de la historia de su País, si bien había sido uno de los primeros en recibir la luz del Evangelio. En la segunda lectura que hemos escuchado se mencionaba a Iliria que, en tiempos del apóstol Pablo, incluía el territorio de la actual Albania.
Pensando en aquellos decenios de atroces sufrimientos y de durísimas persecuciones contra católicos, ortodoxos y musulmanes, podemos decir que Albania ha sido una tierra de mártires: muchos obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos pagaron con la vida su fidelidad. No faltaron pruebas de gran valor y coherencia en la confesión de la fe. ¡Fueron muchos los cristianos que no se doblegaron ante la amenaza, sino que se mantuvieron sin vacilación en el camino emprendido!
Me acerco espiritualmente a aquel muro del cementerio de Escútari, lugar-símbolo del martirio de los católicos, donde fueron fusilados, y con emoción ofrezco las flores de la oración y del recuerdo agradecido e imperecedero. El Señor ha estado a su lado, queridos hermanos y hermanas, para sostenerlos; Él los ha guiado y consolado, y los ha llevado sobre alas de águila, como hizo con el antiguo pueblo de Israel. El águila, representada en la bandera de su País, los invita a tener esperanza, a poner siempre su confianza en Dios, que nunca defrauda, sino que está siempre a nuestro lado, especialmente en los momentos difíciles.
Hoy las puertas de Albania se han abierto y está madurando un tiempo de nuevo protagonismo misionero para todos los miembros del pueblo de Dios: todo bautizado tiene un lugar y una tarea que desarrollar en la Iglesia y en la sociedad. Que todos se sientan llamados a comprometerse generosamente en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad; a reforzar los vínculos de solidaridad para promover condiciones de vida más justas y fraternas para todos.
Hoy he venido a darles gracias por su testimonio. He venido para animarlos a hacer crecer la esperanza dentro de ustedes y a su alrededor. No se olviden del águila que no se olvida del nido y que vuelta alto. He venido a involucrar a las nuevas generaciones; a nutrirse asiduamente de la Palabra de Dios abriendo sus corazones a Cristo: su Evangelio les indica el camino. Que su fe sea alegre y radiante; muestre que el encuentro con Cristo da sentido a la vida de los hombres, de todos los hombres.
En espíritu de comunión con los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, los animo a impulsar la acción pastoral, que es una acción de servicio, y a seguir buscando nuevas formas de presencia de la Iglesia en la sociedad. En particular, me dirijo a los jóvenes. Hay muchos en el camino, este es un pueblo joven.
Donde hay juventud hay esperanza. Escuchen a Dios, adoren a Dios y ámense entre ustedes, como pueblo fraterno: no tengan miedo de responder con generosidad a Cristo, que los invita a seguirlo. En la vocación sacerdotal o religiosa encontrarán la riqueza y el gozo de darse a sí mismos para servir a Dios y a sus hermanos. Muchos hombres y mujeres esperan la luz del Evangelio y la gracia de los Sacramentos.
Iglesia que vives en esta tierra de Albania, gracias por todo el ejemplo de tu fidelidad al Evangelio. No se olviden de las llagas, pero no se venguen, vayan adelante a volar la esperanza de un futuro grande.
Muchos de tus hijos e hijas han sufrido por Cristo, incluso hasta el sacrificio de la vida. Que su testimonio sostenga tus pasos de hoy y de mañana en el camino del amor, la libertad, la justicia y sobre todo por el camino de la paz. Amén".


domingo, 21 de septiembre de 2014

Las lágrimas del Papa en Albania




 Uno de los momentos más emotivos fue la celebración de las Vísperas en la catedral de San Pablo, con los sacerdotes, religiosos, seminaristas y movimientos laicos. El Papa quedó visiblemente conmovido por el testimonio de un sacerdote, Ernest Simoni  y una religiosa que vivieron la persecución comunista. 

Don Ernest narró sus 18 años de prisión bajo el régimen comunista ateo, las torturas, los 10 años de trabajos forzados. Sor María dijo: "No sé cómo conseguimos soportar tanto, pero Dios nos dió fuerza, paciencia y esperanza". 


El Papa dejó de lado el discurso que tenía preparado y habló desde el corazón: “En estos dos meses me he preparado para esta visita leyendo la historia de la Iglesia en Albania y para mí fue una sorpresa, yo no sabía que este pueblo había sufrido tanto. Después, hoy en el camino del aeropuerto con todas las fotografías de los mártires, pensé: Se ve que este pueblo todavía tiene memoria de sus mártires. Es un pueblo de mártires, y hoy al inicio de esta celebración hablé con dos. Lo que yo les puedo decir es lo que ellos mismos dijeron con sus palabras sencillas, pero de cosas tan dolorosas. Y podemos preguntarles a ellos cómo hicieron para sobrevivir a tanta tribulación. Sin duda ellos nos dirán esto que hemos oído en la segunda lectura: ‘Dios es Padre misericordioso y Dios de todo consuelo’. Con esta sencillez han sufrido mucho físicamente, psíquicamente, con la angustia de no saber si los fusilarían o no”.



 “Pienso en Pedro encadenado. Toda la Iglesia rezaba por él. Y el Señor consoló a Pedro y a los mártires y a estos dos que hoy escuchamos. El pueblo de Dios, las viejitas santas y las monjas de clausura que rezaban por ellos. Este es el misterio de la Iglesia: Dios consuela a su pueblo de manera escondida, en la intimidad del corazón da fortaleza”. “Ellos no se vanaglorian de lo que han vivido –explicó el Sucesor de Pedro hablando de los testimonios escuchados- porque ha sido el Señor quien los ha llevado adelante. Pero ellos nos dicen algo a nosotros, que hemos sido llamados por el Señor para seguirlo de cerca: ‘Ay de nosotros si buscamos otro consuelo. Ay de aquellos religiosos, que buscan consolación lejos del Señor’. Si buscas el consuelo en otra parte no serás feliz y no podrás consolar a ninguno". “Sea bendito Dios padre de toda consolación que nos consuela en todas nuestra tribulaciones”, insistió e Pontífice. "Que podamos consolar con el consuelo con el que Dios nos ha consolado, como hicieron estos dos testigos, que nos hicieron un servicio. Aunque seamos pecadores, como ellos dicen: somos pecadores pero el Señor ha estado con nosotros.” Y el Papa Francisco concluyó: “Perdonen si los uso como ejemplo. Pero todos debemos darnos ejemplo unos a otros. Hoy hemos tocado a los mártires.”


Qué significa que la Iglesia es Católica y Apostólica

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta semana seguimos hablando de la Iglesia. Cuando profesamos nuestra fe, afirmamos que es «católica» y «apostólica». ¿Pero cuál es efectivamente el significado de estas dos palabras, de estas dos notas características de la Iglesia? ¿Y qué valor tienen para las comunidades cristianas y para cada uno de nosotros?

Católica significa universal. Una definición completa y clara nos ofrece uno de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, san Cirilo de Jerusalén, cuando afirma: «La Iglesia sin lugar a dudas se la llama católica, es decir, universal, por el hecho de que está extendida por todas partes de uno a otro confín de la tierra; y porque universalmente y sin defecto enseña todas las verdades que deben llegar a ser conocidas por los hombres, tanto en lo que se refiere a las cosas celestiales, como a las terrestres» 


Signo evidente de la catolicidad de la Iglesia es que ella habla todas las lenguas. Y esto es el efecto de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-13): es el Espíritu Santo quien capacitó a los Apóstoles y a toda la Iglesia para anunciar a todos, hasta los confines de la tierra, la Hermosa Noticia de la salvación y del amor de Dios. Así, la Iglesia nació católica, es decir, «sinfónica» desde los orígenes, y no puede no ser católica, proyectada a la evangelización y al encuentro con todos. Hoy la Palabra de Dios se lee en todas las lenguas, todos tienen el Evangelio en su idioma para leerlo. Y vuelvo al mismo concepto: siempre es bueno llevar con nosotros un Evangelio pequeño, para llevarlo en el bolsillo, en la cartera, y durante el día leer un pasaje. Esto nos hace bien. El Evangelio está difundido en todas las lenguas porque la Iglesia, el anuncio de Jesucristo Redentor, está en todo el mundo. Y por ello se dice que la Iglesia escatólica, porque es universal.

Si la Iglesia nació católica, quiere decir que nació «en salida», que nació misionera. Si los Apóstoles hubiesen permanecido allí en el cenáculo, sin salir para llevar el Evangelio, la Iglesia sería sólo la Iglesia de ese pueblo, de esa ciudad, de ese cenáculo. Pero todos salieron por el mundo, desde el momento del nacimiento de la Iglesia, desde el momento que descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Y es así como la Iglesia nació «en salida», es decir, misionera.

 Es lo que expresamos llamándola apostólica, porque el apóstol es quien lleva la buena noticia de la Resurrección de Jesús. Este término nos recuerda que la Iglesia, sobre el fundamento de los Apóstoles y en continuidad con ellos —son los Apóstoles quienes fueron y fundaron nuevas iglesias, ordenaron nuevos obispos, y así en todo el mundo, en continuidad.

 Hoy todos nosotros estamos en continuidad con ese grupo de Apóstoles que recibió el Espíritu Santo y luego fue en «salida», a predicar—, es enviada a llevar a todos los hombres este anuncio del Evangelio, acompañándolo con los signos de la ternura y del poder de Dios. También esto deriva del acontecimiento de Pentecostés: es el Espíritu Santo, en efecto, quien supera toda resistencia, quien vence las tentaciones de cerrarse en sí mismo, entre pocos elegidos, y de considerarse los únicos destinatarios de la bendición de Dios. Si, por ejemplo, algunos cristianos hacen esto y dicen: «Nosotros somos los elegidos, sólo nosotros», al final mueren. Mueren primero en el alma, luego morirán en el cuerpo, porque no tienen vida, no son capaces de generar vida, otra gente, otros pueblos: no son apostólicos. Y es precisamente el Espíritu quien nos conduce al encuentro de los hermanos, incluso de los más distantes en todos los sentidos, para que puedan compartir con nosotros el amor, la paz, la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado como don.

¿Qué comporta para nuestras comunidades y para cada uno de nosotros formar parte de una Iglesia que es católica y apostólica? Ante todo, significa interesarse por la salvación de toda la humanidad, no sentirse indiferentes o ajenos ante la suerte de tantos hermanos nuestros, sino abiertos y solidarios hacia ellos. Significa, además, tener el sentido de la plenitud, de la totalidad, de la armonía de la vida cristiana, rechazando siempre las posiciones parciales, unilaterales, que nos cierran en nosotros mismos.

Formar parte de la Iglesia apostólica quiere decir ser conscientes de que nuestra fe está anclada en el anuncio y en el testimonio de los Apóstoles de Jesús –está anclada allí, es una larga cadena que viene de allí—; y, por ello, sentirse siempre enviados, sentirse mandados, en comunión con los sucesores de los Apóstoles, a anunciar con el corazón lleno de alegría a Cristo y su amor por toda la humanidad.

 Y aquí quisiera recordar la vida heroica de tantos, tantos misioneros y misioneras que dejaron su patria para ir a anunciar el Evangelio a otros países, a otros continentes. Me decía un cardenal brasileño que trabaja bastante en la Amazonia, que cuando él va a un lugar, en un país o en una ciudad de la Amazonia, va siempre al cementerio y allí ve las tumbas de estos misioneros, sacerdotes, hermanos, religiosas que fueron a predicar el Evangelio: apóstoles. Y él piensa: todos ellos pueden ser canonizados ahora, lo dejaron todo para anunciar a Jesucristo. Demos gracias al Señor porque nuestra Iglesia tiene muchos misioneros, ha tenido numerosos misioneros y tiene necesidad de muchos más. Demos gracias al Señor por ello. Tal vez entre tantos jóvenes, muchachos y muchachas que están aquí, alguno quiera llegar a ser misionero: ¡qué siga adelante! Es hermoso esto, llevar el Evangelio de Jesús. ¡Que sea valiente!

Pidamos entonces al Señor que renueve en nosotros el don de su Espíritu, para que cada comunidad cristiana y cada bautizado sea expresión de la santa madre Iglesia católica y apostólica.


sábado, 13 de septiembre de 2014

Clamor contra la guerra



El Papa recordó este sábado a los muertos de la Gran Guerra, en una visita al  cementerio austro-húngaro de Fogliano di Redipuglia,  última morada de  14.550 soldados caídos durante los combates de  1914 y en la que combatió su abuelo, Giovanni Bergoglio, que sobrevivió para inculcarle el horror de la guerra.


Tras rezar entre las tumbas de los combatientes de cinco países cuyos restos comparten un mismo lugar de descanso, se trasladó al camposanto de Redipuglia, donde están enterrados cien mil soldados italianos de aquel conflicto y donde celebró una misa al aire libre. concelebrada con los cardenales de Viena y Zagreb y obispos procedentes de Eslovenia, Austria, Hungría y Croacia, así como obispos de órdenes militares y capellanes castrenses. Al concluir la misa, Francisco hizo entrega a los obispos de una lámpara de la paz que será encendida en las respectivas diócesis en las que se celebren actos en conmemoración de la I Guerra Mundial.



El acto tuvo  un momento especialmente emotivo cuando el jefe del Estado Mayor italiano, Almirante Mantelli hizo entrega al Papa de la chapa de identificación del soldado Giovanni Bergoglio, su abuelo, que combatió en las batallas del río Isonzo, en las proximidades de la que hoy es la frontera con Eslovenia

Serio y visiblemente emocionado  y con un tono de voz creciente, el pontífice dijo que la guerra es "una locura" alimentada por conceptos como "la avaricia, la intolerancia y la ambición de poder" que a menudo encuentran justificación en la ideología y que lo destruye y lo trastorna todo.

"En este lugar, en este cementerio, sólo puedo decir que la guerra es una locura. La guerra destruye lo más hermoso que Dios ha creado, el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre los hermanos. La guerra es una locura, es querer desarrollarse, crecer, mediante la destrucción".
"Sobre la entrada a este cementerio se alza el lema desvergonzado de la guerra: "¿A mí qué me importa?". Todas estas personas, cuyos restos reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños... (...) La humanidad dijo: "¿A mí qué me importa?",

"Una situación que parece estar repitiéndose en la actualidad, momento en el que podría decirse que se vive una tercera Guerra Mundial combatida por etapas mediante crímenes, masacres y destrucciones de toda índole."

Este belicismo globalizado se debe a que en la "sombra" de la sociedad convergen lo que denominó como "planificadores del terror", o lo que es lo mismo, "intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y de poder" y una industria armamentística cuyo corazón está "corrompido" por "especular con la guerra".


El Papa instó a los fieles, "con corazón de hijo, de hermano y de padre a llorar, es decir, a reaccionar an te el belicismo, y a abandonar la postura de Caín, que tras asesinar a su hermano Abel no derramó una sola lágrima
"La guerra es una locura, de la que la humanidad no aprendió la lección. Después hubo una segunda guerra mundial y las que hoy están en curso. ¡Cuándo aprenderemos esa lección"




miércoles, 10 de septiembre de 2014

Vivir la Misericordia:

La Iglesia nos ayuda a vivir lo esencial: la Misericordia

(Audiencia, 10 de septiembre de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre la Iglesia, nos estamos deteniendo para considerar que la Iglesia es madre. La vez pasada hemos subrayado como la Iglesia nos hace crecer y con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, nos indica el camino de la salvación y nos defiende del mal. Hoy quisiera subrayar un aspecto particular de esta acción educativa de la madre Iglesia, es decir, cómo nos enseña las obras de misericordia.
Un buen educador apunta hacia lo esencial. No se pierde en los detalles, pero quiere transmitir lo que verdaderamente cuenta para que el hijo o el discípulo encuentre el sentido y la alegría de vivir. Y lo esencial, según el Evangelio, es la misericordia. Lo esencial del Evangelio es la misericordia. Dios ha enviado a su Hijo, Dios se ha hecho hombre para salvarnos, es decir, para darnos su misericordia. Lo dice claramente Jesús, resumiendo su enseñanza para los discípulos: "Sed misericordiosos, como el Padre es misericordioso". ¿Puede existir un cristiano que no sea misericordioso? No. El cristiano necesariamente debe ser misericordioso porque esto es el centro del Evangelio. Y fiel a esta enseñanza, la Iglesia no puede hacer otra cosa que repetir lo mismo a sus hijos: "Sed misericordiosos", como lo es el Padre, y como lo ha sido Jesús. Misericordia.
Y entonces la Iglesia se comporta como Jesús. No da clases teóricas sobre el amor, sobre la misericordia. No difunde en el mundo una filosofía, un camino de sabiduría… Ciertamente, el cristianismo es también esto, pero como consecuencia, como reflejo. La madre Iglesia, como Jesús, enseña con el ejemplo, y las palabras son necesarias para iluminar el significado de sus gestos.
La madre Iglesia nos enseña a dar de comer y de beber a quien tiene hambre y sed, a vestir al desnudo. Y, ¿cómo lo hace? Lo hace con el ejemplo de muchos santos y santas que hacen esto de forma ejemplar; pero lo hace también con el ejemplo de muchísimos padres y madres, que enseñan a sus hijos que lo que tenemos de más es porque a otro le falta. Es importante saber esto. En las familias cristianas más sencillas siempre ha sido sagrada la regla de la hospitalidad: no falta nunca un plato y una cama para quien lo necesita. Una vez, una madre me contaba en la otra diócesis, que quería enseñar esto a sus hijos y les decía que ayudaran y dieran de comer a quien tenía hambre. Tenía tres. Y un día en la comida, el padre estaba fuera en el trabajo y estaba ella con los tres hijos, pequeños: siete, cinco, cuatro años, más o menos. Y llaman a la puerta y había un señor que pedía para comer. Y la mamá ha dicho espera un momento. Ha entrado y le ha dicho a los hijos, "hay un señor ahí que pide comida, ¿qué hacemos?" "Sí, mamá, le damos". Cada uno tenía en el plato un bistec con patatas fritas. "Le damos, le damos". "Muy bien, tomamos la mitad de cada uno de vosotros y le damos la mitad del bistec de cada uno de vosotros". "¡Ah, no, mamá, así no va la cosa!" Es así. Tú debes dar del tuyo. Y así esta madre ha enseñado a los hijos a dar de comer de lo propio. Esto es un bonito ejemplo que a mí me ha ayudado mucho. Pero, "no me sobra nada". Da del tuyo. Así nos enseña la madre Iglesia. Y las tantas madres que están aquí, saben qué hacer para enseñar a los hijos. A que ellos compartan sus cosas con el que lo necesita.
La madre Iglesia enseña a estar cerca del enfermo. ¡Cuántos santos y santas han servido a Jesús de esta forma! Y cuántos hombres y mujeres sencillos, cada día, ponen en práctica esta obra de misericordia en una habitación de hospital, en una residencia, o en la propia casa, asistiendo a una persona enferma.
La madre Iglesia enseña a estar cerca del que está en la cárcel. "Pero padre, no, eso es peligroso. Es gente mala". Pero cada uno de nosotros es capaz, escuchad bien esto: cada uno de nosotros es capaz de hacer lo mismo que ha hecho ese hombre o esa mujer que está en la cárcel. Todos tenemos la capacidad de pecar y de hacer lo mismo, de equivocarnos en la vida. No es más malo que tú o que yo. La misericordia de la madre Iglesia supera todo muro, toda barrera, y te lleva a buscar siempre el rostro del hombre, de la persona. Y es la misericordia la que cambia el corazón y la vida, que puede regenerar una persona y permitirle insertarle de una forma nueva en la sociedad.
La madre Iglesia enseña a estar cerca y a quien ha sido abandonado y muere solo. Es lo que ha hecho la beata Teresa por las calles de Calcuta; es lo que han hecho y hacen muchos cristianos que no tienen miedo de estrechar la mano a quien va a dejar este mundo. Y también aquí, la misericordia es un "hasta la vista"…. Esto lo había entendido bien la beata Teresa. Pero le decían, "madre, esto es perder el tiempo". Y encontraba gente moribunda en la calle, gente a la que le comenzaban a comer el cuerpo las ratas de la calle y los llevaba a casa para que murieran limpios, tranquilos, acariciados, en paz. Ella les daba el 'hasta pronto'. Pero muchos de estos, como ella y muchas mujeres y hombres que han hecho esto, les esperan allí en la puerta, para abrirles la puerta del cielo. Ayudar a morir a la gente bien, en paz.
Queridos hermanos y hermanas, así la Iglesia es madre, enseñando a sus hijos las obras de misericordia. Ella ha aprendido de Jesús este camino, ha aprendido que esto es lo esencial para la salvación. No basta amar a quien nos ama. Jesús dice que esto lo hacen los paganos. No basta con hacer el bien a quien nos hace el bien. Para cambiar el mundo a mejor es necesario hacer el bien a quien no es capaz de devolverlo, como ha hecho el Padre con nosotros, donándonos a Jesús.
Pero, ¿cuánto hemos pagado nosotros por nuestra redención? Nada. Todo es gratuito. Hacer el bien sin esperar nada a cambio. Así ha hecho el Padre con nosotros y nosotros debemos hacer lo mismo. Hacer el bien e ir adelante. Qué bonito vivir en la Iglesia, en nuestra madre Iglesia que nos enseña estas cosas que nos ha enseñado Jesús.
Damos gracias al Señor, que nos da la gracia de tener como madre a la Iglesia, que nos enseña el camino de la misericordia, que es el camino de la vida. Damos gracias al Señor.


Homilía del 11 de septiembre:


"Y aquí viene la oración que debemos hacer todos los días: ‘Señor, dame la gracia de llegar a ser un buen cristiano, una buena cristiana, porque yo no logro hacerlo. Una primera lectura de esto, asusta: asusta. Pero no si nosotros tomamos el Evangelio y hacemos una segunda, una tercera, una cuarta lectura del capítulo VI de San Lucas: hagámosla; y si pedimos al Señor la gracia de entender lo que significa ser cristiano, y también la gracia para que Él nos haga cristianos a nosotros. Porque nosotros no podemos hacerlo solos.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

María, modelo de Madre

María: modelo de Madre, coraje para la Iglesia

(Audiencia, 3 de septiembre de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las catequesis anteriores hemos tenido la posibilidad de subrayar diversas veces que uno no se vuelve cristiano por sí mismo, con las propias fuerzas, de manera autónoma, ni siquiera en un laboratorio, sino que uno es generado y hecho crecer en la fe en el interior de ese gran cuerpo que es la Iglesia. En este sentido la Iglesia es realmente madre. Nuestra Madre Iglesia. ¡Es lindo decirlo así! Una madre que nos da la vida en Cristo y que nos hace vivir junto a los otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo.
En esta maternidad ,la Iglesia tiene como modelo a la Virgen María, el modelo más bello y más alto que pueda haber. Es lo que las primeras comunidades cristianas ya dejaron claro y el Concilio Vaticano II ha expresado de manera admirable. La maternidad de María es seguramente única, singular, y se cumplió en la plenitud de los tiempos, cuando la Virgen dio a luz al Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu Santo. Y aun así, la maternidad de la Iglesia se pone justamente en continuidad con la de María, como su prolongación en la historia. La Iglesia, en la fecundidad del Espíritu, sigue generando nuevos hijos en Cristo, siempre escuchando la Palabra de Dios y en la docilidad a su designio de amor. La Iglesia es madre, el nacimiento de Jesús en el seno de María, de hecho es el preludio del renacer de cada cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito de una multitud de hermanos. Jesús es nuestro primer hermano, nacido de María y es modelo, y todos nosotros hemos nacido de la Iglesia. Entendemos entonces cuanto sea profunda la relación que une a María y a la Iglesia: mirando a María descubrimos el rostro más bello y tierno de la Iglesia; mirando a la Iglesia reconocemos los trazos sublimes de María. ¡Nosotros cristianos no somos huérfanos, tenemos una mamá, tenemos una madre y esto es grande, no somos huérfanos. La Iglesia es Madre, María es Madre!
La Iglesia es nuestra madre porque nos ha hecho nacer con el bautismo. Y cada vez que bautizamos a un niño, se vuelve hijo de la Iglesia, entra dentro de la Iglesia. Y desde aquel día, como mamá cuidadosa nos hace crecer en la fe y nos indica con la fuerza de la palabra de Dios el camino de la salvación, defendiéndonos del mal.
La Iglesia ha recibido de Jesús el tesoro precioso del Evangelio, no para tenérselo para sí, sino para donarlo generosamente a los otros, como hace una mamá. En este servicio de evangelización, la maternidad de la Iglesia se manifiesta de manera peculiar, empeñada como una madre, ofreciendo a sus hijos el nutrimiento espiritual que alimenta y hace fructificar la vida cristiana. Todos por lo tanto estamos llamados a acoger con mente y corazón abiertos la palabra de Dios que la Iglesia cada día nos da, porque esta Palabra tiene la capacidad de cambiarnos desde el interior. Solamente la palabra de Dios tiene esta capacidad, de cambiarnos bien desde dentro, desde sus raíces más profundas. Solamente la palabra de Dios tiene este poder ¿y quién nos da esta palabra de Dios? la Madre Iglesia. Nos alimenta desde niños con esta palabra y nos hace crecer con esta palabra. ¡Y esto es grande, es la madre Iglesia que con la palabra de Dios nos cambia desde dentro! La palabra de Dios que nos da la Madre Iglesia nos transforma y vuelve nuestra humanidad no palpitante según la mundanidad de la carne, sino según el Espíritu.
En su atención materna, la Iglesia se esfuerza en demostrar a los creyentes el camino que hay que recorrer para vivir una existencia fecunda de alegría y de paz. Iluminados por la luz del Evangelio y sostenidos por la gracia de los sacramentos, especialmente la eucaristía, nosotros podemos orientar bien nuestras decisiones y cruzar con coraje y esperanza los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos. Porque en la vida los hay. El camino de la salvación, a través de los cuales la Iglesia nos guía y nos acompaña con la fuerza del Evangelio y el apoyo de los sacramentos, nos da la capacidad de defendernos del mal. La Iglesia tiene el coraje de una madre que siente del deber de defender a los propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de satanás en el mundo, para llevarlos al encuentro con Jesús. Una madre siempre defiende a sus hijos. Esta defensa consiste también en exhortar a la vigilancia: vigilar contra el engaño y la seducción del maligno. Porque si bien Dios ha vencido a satanás, éste vuelve siempre con sus tentaciones; nosotros lo sabemos, todos nosotros somos tentados y hemos sido tentados. Depende de nosotros no ser ingenuos. Él viene y 'como león rugiente gira buscando a quien devorar'. Y nosotros no tenemos que ser ingenuos, sino vigilar y resistir firmes en la fe. Resistir con los consejos de la madre, resistir con la ayuda de la Madre Iglesia, que como buena madre acompaña a sus hijos en los momentos difíciles.
Queridos amigos esta es la Iglesia, es la Iglesia que amamos todos. Esta es la Iglesia que yo amo. Es una madre que se toma a pecho el bien de los propios hijos y es capaz de dar la vida por ellos. No tenemos que olvidarnos entretanto que la Iglesia, no son los curas ni nosotros los obispos. La Iglesia somos todos, ¿de acuerdo? Todos somos hijos pero también madre de otros cristianos. Todos los bautizados, hombres y mujeres, juntos somos la Iglesia. Cuántas veces en nuestra vida no damos testimonio de esta maternidad de la Iglesia, de este coraje materno de la Iglesia. Cuántas veces somos cobardes. ¡Y no!
Encomendémonos a María porque Ella nos enseñe como madre de nuestro hermano primogénito, Jesús, nos enseñe a tener su mismo espíritu materno hacia nuestros hermanos, con la capacidad sincera de acoger, de perdonar, de dar fuerza y de infundir confianza y esperanza. Esto es lo que hace una mamá. Gracias.






Todos los bautizados somos Iglesia: