miércoles, 26 de marzo de 2014

Sacerdocio y Matrimonio

Dos vocaciones específicas: Orden Sacerdotal y Matrimonios

(Audiencia, 26 de marzo de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ya hemos tenido ocasión de señalar que los tres sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía forman juntos el misterio de la "iniciación cristiana", un único gran acontecimiento de gracia que regenera en Cristo y nos abre a su salvación. Esta es la vocación fundamental que une a todos en la Iglesia, como discípulos del Señor Jesús. Hay a continuación dos sacramentos que corresponden a dos vocaciones específicas: se trata del Orden y del Matrimonio. Constituyen dos grandes vías por las que el cristiano puede hacer de su vida un don de amor, siguiendo el ejemplo y en el nombre de Cristo, y así colaborar en la edificación de la Iglesia.
El Orden, marcado en los tres grados de episcopado, presbiterado y diaconado, es el Sacramento que permite el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, para apacentar su rebaño, en la potencia de su Espíritu y de acuerdo a su corazón. Apacentar el rebaño de Jesús con la potencia, no con la fuerza humana o con la propia potencia, sino con la del Espíritu y de acuerdo a su corazón, el corazón de Jesús, que es un corazón de amor. El sacerdote, el obispo, el diácono debe apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo hace con amor, no sirve. Y, en este sentido, los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo, en el nombre de Dios y con amor.
Un primer aspecto. Aquellos que son ordenados se colocan a la cabeza de la comunidad. ¡Ah! ¿Están a la cabeza? Sí. Sin embargo, para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo lo ha mostrado y enseñado a sus discípulos con estas palabras: "Sabéis que los gobernantes de las naciones las dominan, y los jefes las oprimen. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 25-28 / Mc 10, 42-45). Un obispo que no está al servicio de la comunidad: no está bien. Un sacerdote, un cura, que no está al servicio de su comunidad: no está bien. Está equivocado.
Otra característica que siempre se deriva de esta unión sacramental con Cristo es el amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en aquel pasaje de la Carta a los Efesios, en el que san Pablo dice que Cristo "ha amado a la Iglesia. Él se ha entregado a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocar ante sí a la Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada" (5, 25-27). En virtud del Orden el ministro dedica todo su ser a su propia comunidad y la ama con todo el corazón: es su familia. El obispo y el sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad. Y la aman fuertemente. ¿Cómo? Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá san Pablo del matrimonio. El marido ama a su mujer como Cristo ama a la Iglesia. ¡Es un misterio grande de amor, este del ministerio y aquel del matrimonio! Los dos sacramentos que son el camino por el cual las personas van habitualmente al Señor.
Un último aspecto. El apóstol Pablo aconseja a su discípulo Timoteo no descuidar, más bien, reavivar siempre el don que está en él, el don que le ha sido dado por la imposición de las manos. Cuando no se nutre el ministerio con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la celebración diaria de la Eucaristía y también la asistencia al Sacramento de la Penitencia, se termina inevitablemente perdiendo de vista el significado autentico del propio servicio y la alegría que nace de una profunda comunión con Jesús. El obispo que no reza, el obispo que no vive y escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no va a confesarse regularmente… y lo mismo el sacerdote que no hace estas cosas, a la larga, pierden la unión con Jesús y adquieren una mediocridad que no hace bien a la Iglesia. Por eso tenemos que ayudar a los obispos y a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios, que es el alimento diario, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a confesarse habitualmente. Y esto es tan importante, porque está en juego la santificación propia de los obispos y los sacerdotes. Quisiera terminar también con una cosa que me viene a la cabeza. ¿Pero qué hay que hacer para convertirse en sacerdote? ¿Dónde se venden las entradas? No, no se venden. Ésta es una cosa donde la iniciativa la toma el Señor. El Señor llama, llama a cada uno de los que quiere que se conviertan en sacerdote. Y quizás haya algunos jóvenes aquí que han sentido en su corazón esta llamada: el deseo de convertirse en sacerdotes, el deseo de servir a los demás en las cosas que vienen de Dios, el deseo de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, cuidar a los enfermos… Pero toda la vida así. Si alguno de vosotros ha sentido esto en el corazón, es Jesús que se lo ha puesto ahí, ¿eh? Cuidad esta invitación y rezad para que esto crezca y dé fruto en toda la Iglesia. ¡Gracias!



miércoles, 19 de marzo de 2014

Fiesta de San José

José y María, colaboradores en la obra de Dios realizada en Jesús

(Audiencia, 19 de marzo de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, 19 de marzo, se celebra la fiesta de San José, Esposo de María y Patrono de la Iglesia Universal. Así que dedicamos esta catequesis a él, que merece toda nuestra gratitud y devoción por cómo fue capaz de custodiar a la Virgen Santa y al Hijo Jesús. Ser custodio es el sello distintivo de José, es su gran misión, ser custodio.
Hoy me gustaría retomar el tema de la custodia de acuerdo con una perspectiva particular: la perspectiva de la educación. Echemos un vistazo a José como el modelo del educador, que custodia y acompaña a Jesús en su camino de crecimiento “en sabiduría, edad y gracia”, como dice el Evangelio. Él no era el padre de Jesús: el padre de Jesús era Dios, pero él le hacía de papá a Jesús, le hacía de padre para hacerlo crecer. Y ¿cómo lo ha hecho crecer? En sabiduría, edad y gracia.
Empecemos por la edad, que es la dimensión más natural, el crecimiento físico y psicológico. José, junto con María, se encargaron de Jesús, sobre todo, desde este punto de vista, es decir, lo “criaron”, preocupándose de que no le faltara nada de necesario para un desarrollo saludable. No hay que olvidar que el cuidado atento y fiel de la vida del niño también dio lugar a la huida a Egipto, la dura experiencia de vivir como refugiados -José ha sido un refugiado con María y Jesús- para escapar de la amenaza de Herodes. Luego, una vez de vuelta a casa y establecidos en Nazaret, hay todo el largo período de la vida de Jesús en su familia. En aquellos años, José enseñó también a Jesús su trabajo, y Jesús ha aprendido a hacer el trabajo carpintero con su padre José. Así José ha criado a Jesús.
Pasemos a la segunda dimensión de la educación que es la de la “sabiduría”. José fue para Jesús ejemplo y maestro de esta sabiduría, que se nutre de la Palabra de Dios. Podemos pensar en cómo José educó al pequeño Jesús a escuchar las Sagradas Escrituras, en especial acompañándole el sábado a la sinagoga de Nazaret. Y José lo acompañaba para que Jesús escuchara la palabra de Dios en la sinagoga.
Y, por último, la dimensión de la “gracia”. Dice siempre San Lucas refiriéndose a Jesús: “La gracia de Dios estaba sobre él” (2,40). Aquí, sin duda, la parte reservada a San José es más limitada respecto a los temas de la edad y de la sabiduría. Pero sería un grave error pensar que un padre y una madre no pueden hacer nada para educar a sus hijos a crecer en la gracia de Dios. Crecer en edad, crecer en sabiduría, crecer en gracia. Este es el trabajo que ha hecho José con Jesús: hacerlo crecer, en estas tres dimensiones, ayudarlo a crecer.
Queridos hermanos y hermanas, la misión de San José es sin duda única e irrepetible, porque Jesús es absolutamente único. Y sin embargo, en su custodia a Jesús, educándolo a crecer en edad, sabiduría y gracia, él fue un modelo para todos los educadores, especialmente para cada padre. San José es el modelo del educador y del papá, del padre. Así que encomiendo a su protección a todos los padres, los sacerdotes -que son padres, ¡eh!- y los que tienen un papel educativo en la Iglesia y en la sociedad. En modo particular quisiera saludar hoy, en el día del papá, a todos los padres, a todos los papás: ¡los saludo de corazón! Veamos: ¿hay algunos papás en la plaza? Levanten la mano los papás, pero ¡cuántos papás! ¡Felicidades, felicidades en su día!
Pido para vosotros la gracia de estar siempre muy cerca de vuestros hijos, dejándolos crecer, pero de estar muy cercanos, ¿eh? Ellos tienen necesidad de vosotros, de vuestra presencia, de vuestra cercanía, de vuestro amor. Debéis ser para ellos como San José: custodios de su crecimiento en edad, sabiduría y gracia. Custodios de su camino, educadores. Y caminad con ellos. Y con esta cercanía seréis verdaderos educadores. Gracias por todo lo que hacéis por vuestros hijos, ¡gracias! Y a vosotros tantas felicidades y buena fiesta del papá, a todos los papás que están aquí, a todos los papás. Que San José los bendiga y los acompañe.
También algunos de nosotros hemos perdido al papá, se ha ido, el Señor lo ha llamado; muchos que están en la plaza no tienen a su papá. Podemos rezar por todos los papás del mundo, para los papás vivos y también por aquellos difuntos y por los nuestros, y podemos hacerlo juntos, cada uno recordando a su papá, si está vivo o está muerto. Y recemos al grande Papá de todos nosotros, el Padre, un Padre nuestro por nuestros papás: Padre nuestro…
¡Y muchas felicidades a los papás!

Papa Francisco

miércoles, 12 de marzo de 2014

Entrevista al secretario particular del Papa:

"Un año de pontificado:”

(Entrevista al secretario particular del Papa)
El pasado jueves se cumplió el primer aniversario de la elección del Papa Francisco a la Cátedra de Pedro. Un año extraordinario para la vida de la Iglesia, un "tiempo de misericordia" como el Pontífice mismo ha subrayado varias veces. Entre las personas que más de cerca han acompañado al Santo Padre en estos intensísimos doce meses, está su secretario particular, Mons. Alfred Xuereb.
R- Usted me hace revivir tantas emociones y también tantísimos recuerdos, muy profundos: eran momentos particulares, que seguramente quedarán en la historia. Un Papa que deja su Pontificado. Desde el 28 de febrero, el último día del Pontificado del Papa Benedicto, cuando dejamos para siempre el Palacio Apostólico, hasta el 15 de marzo, es decir, hasta dos días después de la elección del nuevo Papa, yo me quedé con el Papa emérito en Castel Gandolfo para acompañarlo y también para ayudarlo en su trabajo de secretaría.
El momento de la separación del Papa Benedicto ha sido para mí un momento muy atormentador, porque tuve la fortuna de vivir por cinco años y medio con él y, dejarlo, separarme de él fue un momento muy difícil. Las cosas habían precipitado, yo no sabía que justamente aquel día debía preparar las valijas y dejar Castel Gandolfo y también dejar al Papa Benedicto. Pero desde el Vaticano me pedían que me apurara, preparara las valijas y fuera a Santa Marta porque el Papa Francisco estaba incluso abriendo él la correspondencia sólo: no tenía un secretario que lo ayudara. En aquella mañana, pasé varias veces por la capilla para tener luz, porque me sentía también un poco confundido.
Pero estaba seguro, tenía la neta sensación de estar guiado desde lo Alto y me daba cuenta que estaba sucediendo algo extraordinario, también para mi vida. Luego entré al estudio del Papa Benedicto llorando y, con un nudo en la garganta, probé a decirle cuánto estaba triste y cuánto era difícil para mí separarme de él. Le agradecí por su benévola paternidad. Le aseguré que todas las experiencias vividas con él en el Palacio Apostólico me habían ayudado tanto a mirar mejor “a las cosas allá arriba”. Después me arrodillé para besarle el anillo, que no era más el del Pescador, y él, con mirada paterna, de ternura, como sabe hacer él, se puso de pié y me bendijo.
P.- ¿Qué recuerdo tiene de su primer encuentro con el Papa Francisco?
R.- Me hizo entrar en su estudio, me acogió con su bien conocida cordialidad, y tengo que decir que me hizo también una broma, una broma –si así puedo decir– ¡de Papa! Tenía una carta en la mano y con tono serio me dijo: “Ah, pero aquí tenemos problemas, ¡alguien no ha hablado muy bien de ti!”. Yo me quedé mudo, pero después entendí que se refería a la carta que el Papa Benedicto le había enviado para informarle que él me había dejado libre y que podía llamarme a su servicio. En esta carta, el Papa Benedicto había tenido la bondad de listar algunas de mis virtudes. Después el Papa Francisco me invitó a sentarme en el diván y él se sentó junto a mí en una silla. Me pidió –con mucha fraternidad– que lo ayudara en su difícil tarea. Finalmente quiso saber cuál era mi relación con los Superiores y con otras personas de una cierta responsabilidad. Le respondí que tengo una buena relación con todos, al menos por lo que me respecta.
P.- ¿Qué le impresiona de la personalidad del Papa Francisco, teniendo el privilegio de vivir cada día junto a él?
R.- Su determinación. Una convicción que estoy seguro que le viene de lo Alto, porque es un hombre profundamente espiritual que busca en la oración la inspiración de Dios. Por ejemplo, la visita a Lampedusa él la decidió porque luego de haber entrado algunas veces a la capilla, le vino continuamente esta idea: ir personalmente a encontrar a estas personas, a estos náufragos, y llorar por sus muertos. Y cuando él entendió que le venían a la mente varias veces, entonces estuvo seguro que Dios quería esta visita. La hizo, aunque no había mucho tiempo para prepararla. Él usa el mismo método para elegir a las personas que llama para que colaboren con él de cerca.
P.- En cambio, ¿qué cosa le impresiona mirando al Pastor Francisco, su dimensión pública, cómo ejercita su ministerio petrino?
R.- Alguien más me ha hecho una pregunta similar, y respondo diciendo que me viene a la mente espontáneamente la figura del misionero. Aquel clásico misionero que parte, que va entre los indígenas para hacerles conocer el Evangelio, Jesucristo. Yo veo en Francisco el misionero que está llamando a sí a la muchedumbre, aquella muchedumbre que quizás se siente perdida, con la intención de traerla de nuevo al corazón del Evangelio. Se ha transformado –por así decir– en el “párroco del mundo” y está alentando a cuantos se sienten lejanos de la Iglesia a volver con la certeza que encontrarán su lugar en la Iglesia. Él ve en el clericalismo y en la casuística fuertes obstáculos para que todos se puedan sentir amados por la Iglesia, acompañados por ella. En cambio, párrocos y sacerdotes nos dicen casi cotidianamente cuántas personas han vuelto a la Confesión y a la práctica de la fe por el aliento del Papa Francisco, especialmente cuando nos recuerda que Dios no se cansa nunca de perdonarnos. Él, como han visto, tiene una atención especial por los enfermos, y esto porque él ve en ellos el cuerpo de Cristo sufriente.
Y olvida completamente sus achaques. Por ejemplo, en los primeros meses de su Pontificado tenía un fuerte dolor a causa de la ciática que se le había vuelto a presentar. Los médicos le habían aconsejado que evitara de agacharse, pero él, encontrándose delante de enfermos en silla de ruedas o de niños enfermos en sus cochecitos, se inclina hacia ellos de todos modos, y les hace sentir su cercanía. Así sucedió también durante la celebración eucarística en Casal del Marmo, la tarde del Jueves Santo durante el lavatorio de los pies. No obstante el dolor que habrá sentido, se arrodilló delante de cada uno de los doce jóvenes detenidos para besarles los pies.
P.- El Papa Francisco parece incansable, mirándolo en los encuentros, en las audiencias. ¿Cómo vive su cotidianidad también de trabajo, en la Casa Santa Marta?
R.- Créame, ¡no pierde un sólo minuto! Trabaja incansablemente. Y cuando siente necesidad de tomarse un momento de pausa, no es que cierra los ojos y no hace nada: se sienta y reza el Rosario. Pienso que por lo menos tres Rosarios al día los reza. Y me ha dicho: “Esto me ayuda a relajarme”. Luego retoma, retoma el trabajo. Recibe una persona después de otra: el personal de la portería de Santa Marta es testigo. Escucha con atención y recuerda con extraordinaria capacidad todo lo que siente y lo que ve. Se dedica a la meditación temprano, a la mañana, preparando también la homilía de la Misa en Santa Marta. Luego, escribe cartas, hace llamadas telefónicas, saluda al personal que encuentra y se informa acerca de sus familias.
P.- Uno de los dones más hermosos de este primer año de Pontificado son seguramente los encuentros entre el Papa Francisco y el Papa Benedicto. Usted, es como un anillo de conjunción entre ellos, ¿qué nos dice de esta “relación fraterna”?
R.- En una reciente entrevista, el Papa Francisco ha revelado esto: que él lo consulta, le pide su punto de vista. ¡Sería una gran pérdida no aprovechar de esta gran fuente de sabiduría y de experiencia! De hecho, lo ha dicho inmediatamente: es como tener el abuelo en casa, es como decir, tener el sabio dentro casa. He aquí que el Papa Francisco desde el principio ha visto esta presencia como un don inestimable, similar a aquel obispo sabio apenas elegido que encuentra un sabio sostén en su obispo emérito. Es significativo –por ejemplo– el hecho que haya querido arrodillarse en la capilla en Castel Gandolfo no sobre su reclinatorio, sino al lado del Papa Benedicto. Y luego, ha querido su presencia en la inauguración de la estatua de San Miguel Arcángel aquí, en los Jardines Vaticanos. Y lo convenció a participar en el Consistorio que hubo para los nuevos Cardenales. Es una presencia que enriquece el Pontificado del Papa Francisco.
P.-¿Qué le está dando personalmente este servicio al Papa Francisco, después de haber servido de cerca a Benedicto XVI y, recordémoslo, también a Juan Pablo II?
R.- Me doy cuenta que el Señor me está conduciendo por vías verdaderamente misteriosas. No habría imaginado nunca el poder cumplir este tipo de servicio. Pero Dios es así. De otra forma somos nosotros los programadores de nuestra vía de santidad. Yo encuentro una gran ayuda en el luminoso testimonio de confianza en Dios, que he tenido la gracia de recibir personalmente del Papa Juan Pablo II, del Papa emérito Benedicto, el cual –se ha transformado en un dicho para sonreír– cada vez que se encontraba de frente a una situación difícil amaba alentarnos diciendo: “el Señor nos ayudará”. Es obviamente el sostén tanto humano como espiritual de la oración, que sé que también hace por mí el Papa Francisco y me resulta de gran consuelo.
Mons. Alfred Xuereb, secretario particular del Papa

miércoles, 5 de marzo de 2014

Elementos de la cuaresma: Oración, ayuno y limosna

Puntos tratados en la homilía del Papa en la Misa del Miércoles de Ceniza
La oración, que es la fuerza del cristiano y de cada persona creyente. Porque en la debilidad y en la fragilidad de nuestra vida, podemos dirigirnos a Dios con confianza de hijos y entrar en comunión con Él. Y ante tantas heridas que nos hacen mal y que nos podrían endurecer el corazón, estamos llamados a “zambullirnos en el mar de la oración”, que es el mar del amor ilimitado de Dios, para gustar su ternura.
El segundo elemento relevante del camino cuaresmal es el ayuno. Pero debemos estar atentos a no hacer “un ayuno formal”, puesto que el ayuno tiene sentido si verdaderamente “mella nuestra seguridad”, y si también de él deriva un beneficio para los demás, si nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina sobre el hermano en dificultad y se hace cargo de él. El ayuno comporta la elección de una vida sobria, que no derrocha, que no “descarta”. Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón a lo esencial y al compartir. Es un signo de toma de conciencia y de responsabilidad frente a las injusticias, a los atropellos, especialmente con respecto a los pobres y a los pequeños, y es signo de la confianza que ponemos en Dios y en su providencia.
El tercer elemento es la limosna porque indica la gratuidad, ya que en la limosna “se da a alguien de quien no se espera recibir algo a cambio”. Mientras hoy con frecuencia la gratuidad no forma parte de la vida cotidiana, donde “todo se vende y se compra”. Todo es cálculo y medida.
¿Por qué debemos volver a Dios? ¡Porque algo no va bien en nosotros, en la sociedad, en la Iglesia y tenemos necesidad de cambiar, de dar un cambio, de convertirnos!. La Cuaresma viene nuevamente a dirigir su llamamiento profético, para recordarnos que es posible realizar algo nuevo en nosotros mismos y en torno a nosotros, sencillamente porque Dios es fiel, sigue siendo rico de bondad y de misericordia, y está siempre dispuesto a perdonar y volver a comenzar de nuevo. ¡Con esta confianza filial pongámonos en camino!

Cuaresma

La Cuaresma, tiempo providencial para cambiar de rumbo

(Audiencia, 5 de marzo de 2014)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comienza hoy, Miércoles de Ceniza, el camino cuaresmal de cuarenta días que nos llevará al Triduo Pascual, recuerdo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, corazón, centro, del misterio de nuestra salvación. La Cuaresma nos prepara a este momento tan importante, y por eso la Cuaresma es un tiempo "fuerte", un punto de inflexión que puede favorecer en cada uno de nosotros el cambio, la conversión. Todos nosotros necesitamos mejorar, cambiar a mejor, y la Cuaresma nos ayuda a salir de las costumbres cansadas y de la perezosa adicción al mal que nos insidia. En el tiempo cuaresmal, la Iglesia nos dirige dos importantes invitaciones: tomar conciencia más viva de la obra redentora de Cristo; vivir con mayor compromiso el propio Bautismo.
La conciencia de las maravillas que el Señor ha obrado por nuestra salvación dispone nuestra mente y nuestro corazón a una actitud de gratitud a Dios por lo que Él nos ha dado, por todo lo que realiza a favor de su Pueblo y de la entera el humanidad. Desde aquí comienza nuestra conversión: ésta es la respuesta agradecida al misterio estupendo del amor de Dios. Cuando nosotros vemos este amor que Dios tiene por nosotros, sentimos el deseo de acercarnos a Él y ésta es la conversión.
Vivir a fondo el Bautismo –aquí está la segunda invitación– significa no acostumbrarnos a las situaciones de degradación y miseria que nos encontramos caminando por las calles de nuestras ciudades y nuestros países. Existe el riesgo de aceptar pasivamente ciertos comportamientos y de no asombrarnos ante las tristes realidades que nos rodean. Nos acostumbramos a la violencia, como si se tratara de una noticia diaria asumida; nos acostumbramos a los hermanos y hermanas que duermen en la calle, que no tienen un techo donde refugiarse. Nos acostumbramos a los prófugos en busca de libertad y dignidad, que no son acogidos como se debería. Nos acostumbramos a vivir en una sociedad que pretende prescindir de Dios, en la que los padres ya no enseñan a sus hijos a orar ni a hacerse la señal de la cruz. Y yo os pregunto: vuestros hijos, vuestros niños, ¿saben hacerse el signo de la cruz? Pensad: ¿vuestros nietos saben hacerse el signo de la cruz? ¿Les habéis enseñado a hacerlo? Pensadlo y contestad en vuestro corazón. ¿Saben rezar el Padrenuestro? ¿Saben rezar a la Virgen con el Avemaría? Pensadlo y respondeos a vosotros mismos. ¡Este acostumbrarnos a comportamientos no cristianos y cómodos nos narcotiza el corazón!
La Cuaresma llega a nosotros como un tiempo providencial para cambiar de rumbo, para recuperar la capacidad de reaccionar frente a la realidad del mal que siempre nos desafía. La Cuaresma se vive como un tiempo de conversión, de renovación personal y comunitaria mediante el acercamiento a Dios y la adhesión confiada al Evangelio. De este modo nos permite mirar con ojos nuevos a los hermanos y a sus necesidades. Por esto la Cuaresma es un momento favorable para convertirse al amor a Dios y al prójimo; un amor que sepa hacer propio la actitud de gratuidad y de misericordia del Señor, el cual “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (cfr. 2 Cor 8, 9). Meditando los misterios centrales de la Fe, la Pasión, la Cruz y la Resurrección de Cristo, nos daremos cuenta de que el don sin medida de la Redención se nos ha dado por la iniciativa gratuita de Dios.
Acción de gracias a Dios por el misterio de su amor crucificado; fe auténtica, conversión y apertura del corazón a los hermanos: estos son los elementos esenciales para vivir el tiempo de Cuaresma. En este camino, queremos invocar con particular confianza la protección y la ayuda de la Virgen María: que sea Ella, la primera creyente en Cristo, la que nos acompañe en los días de oración intensa y penitencia, para llegar a celebrar purificados y renovados en el espíritu, el gran misterio de la Pascua de su Hijo.
 ¡Gracias!.






sábado, 1 de marzo de 2014

"Una Iglesia de Todos"

Por primera vez se reúnen en un libro los principales textos escritos por el Santo Padre desde el inicio de su pontificado.


La Iglesia católica parece haber iniciado el camino hacia una modernización largamente reclamada desde diversos sectores sociales. El papa Francisco aboga por una nueva forma de entender la religión: frente al juicio acerca de conductas y decisiones individuales o la estricta observancia de una tradición que comienza a vislumbrarse sobrepasada por los vaivenes de un mundo en constante cambio, la comunidad católica ha de expresar su vocación de estar junto a los excluidos y los que sufren. Los escritos que se recogen en estas páginas son el testimonio de la vocación integradora del papa, partidario de una Iglesia para todos.

Es probablemente la recopilación más completa de las opiniones, homilías y textos del primer año de pontificado, desde marzo de 2013 a diciembre de 2013. (En este blog se inician en diciembre de 2013 hasta el presente). Muy recomendable



Donde encontrarlo: